Ermilio Abreu Gómez[1]
Fragmento obtenido de
sus memorias II: Duelos y Quebrantos, ediciones Botas, México 1959.
(el libro La del Alba Sería, memorías I misma editorial y del año 1954 tiene la misma portada)
***

German me respondió
que el patrón no estaba y que yo volviera mas tarde. Así lo hice; di una vuelta
por allí y volví como a la hora. Entonces hablé con don Gabriel Botas, hijo del
dueño. Don Gabriel me explico lo que tenía que hacer y me dijo cuál sería mi
sueldo: noventa pesos. Me pareció mucho.
Empecé a trabajar enseguida. El trabajo,
la verdad, era bien duro. Primero había que barrer, de arriba abajo, el patio
del almacén; después abrir cajas de libros; en seguida escribir algunas cartas
y, por último, corregir las pruebas de imprenta de las obras que se publicaban.[2]
Por la tarde
salía yo a repartir periódicos de modas entre los suscritores o, mas bien,
suscritoras. Al volver de este encargo, ayudaba a Germán a hacer paquetes de libros
para los agentes foráneos. Ya para cerrar la librería había que llevarlos al
correo que estaba a dos o tres cuadras. Ponía los paquetes en un carrito de
mano y, empujándolo por la calle del 5 de mayo, llegaba al correo.
Alumbraba mi
camino con un farolito de papel.[3]
En estos menesteres, a veces me acompañaba el otro mozo que era bruto de veras,
flojonazo como ninguno e imprudente como él solo. Me dejaba la tarea mas dura:
descargar el carro y subir los paquetes hasta el tercer piso,[4]
donde estaba la oficina del servicio exterior. Subía a pie porque se aglomeraba
tanta gente en el elevador que era imposible usarlo. El tal mozo se metía entre
los coches, sin aviso ni precaución, provocando verdaderos disturbios en el
tránsito. Era inútil que yo le dijera algo. Se contentaba con decirme, seco y
desabrido: “de esto, usted no entiende”. A veces, abandonando el carro se iba
por allí. Tenia yo que convencerlo para que me ayudara a mover el artefacto aquel
y regresar a la tienda a tiempo.
Otras veces
tenía yo que treparme como un chango sobre unos carros cargados de resmas de
papel destinado a la imprenta. Esta imprenta era la de un señor Ballescá y
estaba situada en el número 88 de la calle de Regina.
En ocasiones
llevaba la comida a la casa de don Andrés, padre de don Gabriel. Don Andrés vivía
en la colonia de San Rafael y si no me equivoco, estaba un poco enfermo, pues
casi siempre me recibía en la cama. Le arrimaba una mesita y allí comía. Don Andrés
era un hombre recio, casi fornido, daba la sensación de haber trabajado mucho
pues se le veía cansado. Mientras comía me conversaba y me hacía preguntas
acerca de mi vida. Le gustaba hablar de política y sus ideas eran claras acerca
de los hombres y de las cosas. De reaccionario no tenía un pelo; pero le
gustaba el orden y la mesura. Quería mucho a su hijo Gabriel. Mas de una vez me
obligo a comer algo. Yo rehusaba pretextando cualquier cosa, pero él insistía,
partía una telera, la llenaba de carne y me decía:
-No sea tonto,
coma que le hará bien.
Hasta me
servía un poco de vino. Cuando algún tiempo después, supe que murió me dio tristeza,
era hombre bueno.
A la librería
llegaban muchas gentes. A veces me ponía a conversar con ellas. Unas ya eran
conocidas mías y otras no. Entre las conocidas estaban Francisco Gamoneda,
Joaquín Ramírez Cabañas, Alfonso Toro, Alejandro Quijano, Genaro Estrada, el
ingeniero Teodoro Ramírez, el pintor Mateo Herrera, Rafael L. de los Ríos y un
señor Bernáldez. Entre los que allí conocí recuerdo a Alfonso Teja Zabre y a Martín
Gómez Palacio. Teja Zabre publicó entonces una novela titulada Alas Abiertas.
Gómez Palacio había publicado otra, pero no recuerdo su título.[5]
También conocí a un señor muy extraño, autor o traductor de un libro fúnebre titulado
Como Hablar con los Muertos.[6]
Este libro tenía una pasta negra que metía miedo; yo no me atreví a hojearlo
siquiera; temía que, por entre sus páginas, salieran espíritus y fantasmas. El libro
se vendía como pan caliente. El público lo pedía con cierto pudor. Llegaba un
sujeto y decía:
-Me da usted
el libro ese de los muertos…
También conocí
al gramático don Manuel G. Revilla, autor de un libro titulado En Pro del
Casticismo. A mi me gustaba mucho hablar con él. No parecía gramático; es
decir, no era pedante ni quisquilloso; tenía un sentido humano de la lengua y,
además era buena persona. A mi me saco de mil dudas, me dio consejos y me
regalo libros. No se cuando murió; pero murió al poco tiempo de todo esto que aquí
te cuento.
En la librería
trabaje casi un año.
[1]
Ermilo Abreu Gómez (Mérida, Yucatán, 18 de
septiembre de 1894-Ciudad de México el 14 de julio de 1971) Escritor,
historiador, periodista, dramaturgo y ensayista mexicano. Su obra más conocida
es Canek (1940), recreación de un hecho real (1761) en la que se
ve proyectada la sensibilidad del pueblo maya.
[2]
Efectivamente, trabajó en la citada librería,
pero no de mozo. Se le ocupo para hacer las fichas de un catálogo. La limpieza
del local, abrir cajas, etc. lo hacía el mozo. (N. de los E.)
[3]
Al correo no se iba en la noche y había un mozo
para este trabajo. (N. de los E.)
[4]
En la época de que se habla no hacíamos remesas
al exterior. (N. de los E.)
[5] La Loca imaginación Ed. Botas. (N. de los E.)
[6] Este libro fue publicado en inglés por la Soc. Real
Británica de Ciencias Psíquicas, su traducción la hizo J. González de
Gandarillas (N. de los E.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario