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miércoles, 19 de junio de 2019

Libros Feos


Hace algún tiempo, una persona nos dijo que vendíamos puros libros feos. Omitiremos el nombre de nuestrx queridx amigx para no quemarlx.
Si, lo aceptamos, estéticamente la mayoría de nuestro catálogo no son ejemplares bonitos, porque como lo hemos dicho antes y lo seguiremos diciendo, recuperamos los libros, los reciclamos para volver a ofrecerlos en nuestros espacios y si tenemos suerte, alguna persona que busca el título o le interesa un tema, se lo llevará. 

Muy pocas veces caen en nuestras manos libros usados de editoriales de moda, Atalanta, Valdemar, Acantilado o editoriales especializadas en alguna temática de las ciencias sociales o naturales, Trotta, Herder, Paidós, etc. por mencionar algunas.

Citamos a continuación solo tres ejemplos de títulos que tenemos a la mano ahora mismo:
1.- “Alguien voló sobre el nido del cuco” en la edición de RBA de principios de los 90s, tapa dura, con las letras del título y autor gastadas pero se ve mucho más bonita la edición reciente de Anagrama con imagen de la película -odiada por Ken Kesey- en la portada, por tema de marketing y con un costo en librerías de entre $190 y $250 pesos. Pero nuestro ejemplar por ser una edición que ya ha pasado seguramente por varias manos, lo tenemos en un costo de hasta el 40% menos que el nuevo y a esto además le restamos el regateo que nos hace la gente.
El contenido es el mismo, la diferencia es obvia. ¿Si está más feo nuestro libro?

2.- “El maravilloso viaje de Nils Holgersson”, nuestro ejemplar de la editorial Diana del año 1970, si estéticamente, más fea que las posteriores, pero no por ello se demerita, el contenido es el mismo. Por ejemplo la edición de Akal a través de Amazon cuesta $400 pesos pero en librerías en $300, nosotros obviamente lo tenemos más barato. A propósito, en los años 80s hubo un anime basado en dicha obra llamado “Nils no Fushigi na Tabi”.


3.-“Estudios de historia y filosofía en el México colonial”, evidentemente es más feíta nuestra 1ª. Edición de la UNAM de 1991 y que pocos años después publico HERDER a un costo más elevado, pero la edición recién y actualizada del 2008 en dicha editorial y con una modificación al título original, cuesta $645 pesos. Nuestra pregunta es: ¿es descabellado que nuestro precio este al 40% o 50% por debajo del precio de la edición de HERDER? ¿Por ser un libro más feo, tendríamos que ofrecerlo a un módico precio?



Al hablar de libros feos, la referencia debería ser por el contenido de baja calidad o quizá por temas políticos, religiosos o de superación personal, pero aun así el gusto se rompe en géneros, pero hay más factores para clasificar los libros feos, uno de ellos es porque ya nadie los conoce o sabe de su existencia o no les interesa porque están de moda otros y por lo tanto no son rentables para los vendedores de libros usados, que terminan echándolos a las baratas masivas, otra característica de libro feo podría ser, por la mala traducción o por no cuidar la edición y tiene muchas errores ortográficos, o porque están maltratados y rayados, o por la mala calidad del papel y la impresión misma, etc. Pero en esta sociedad visual, lo que se ve bien y bonito es lo que hay que comprar, poco importa el contenido. En esta era digital, el marketing visual entra en acción para seducir al siguiente lector por medio de una bonita portada y un buen diseño, justificado porque el autor se dedica varios años escribiendo su obra para luego decidir una sola imagen que la represente en su totalidad. Así que actualmente la gente en su mayoría compra libros por obligación escolar y en muy poca medida por gusto literario, pero muchas más los adquieren porque les gusta estéticamente.

Sobre el marketing visual y temas politizados, aprovechamos para compartir dos artículos.
  • El primero, “Libros Feos”, de Luis Alfredo Pérez, publicado originalmente en línea en eje central, 1 de abril 2015. Lo compartimos entero, porque desafortunadamente ya no se encuentra online:
En una época donde las editoriales ven tantas amenazas fuera ––series de televisión, redes sociales, YouTube, capacidad de atención de cinco minutos–– sorprende que no se den cuenta de que con mucha frecuencia la manera en la que presentan su “producto” parece diseñada para espantar a los lectores.
Hablemos de costumbres nefastas en la industria editorial española y latinoamericana.
La primera tiene qué ver con las portadas. La mayoría de los libros en español no sólo tienen portadas malas, sino terribles. Como si Instagram, Tumblr y Pinterest no hubieran confirmado que a la gente la seducen las imágenes interesantes y las ilustraciones creativas, hay editoriales que se sienten satisfechas usando sólo letras o fotografías genéricas. Otras todavía “engalanan” sus portadas con dibujos a lápiz, estilo años setenta y con calidad del tipo estudiante de ingeniería. Otras han quedado ancladas en un pasado con errores trágicos: decidieron que todas sus portadas tendrían el mismo formato y se mantienen tercas, aunque suponga desperdiciar sin más buena parte del espacio disponible.
Es curioso. Nuestro mundo está inundado de conversaciones sobre belleza, arquitectura y diseño; valoramos los museos, celebramos las líneas de nuestro smartphone, festejamos los edificios innovadores. Sin embargo, con la notoria excepción de tres o cuatro, las editoriales latinoamericanas y españolas despachan con portadas feas y sin chiste textos que anuncian llenos de creatividad y placer estético e intelectual.
Hay varias razones por las cuales la industria editorial anglosajona es la más potente del mundo. Una de ellas tiene que ver con que las editoriales ven la publicación de libros no sólo como un acto de cultura sino como un negocio –– sin que nadie se rasgue las vestiduras. Otra es que se piensa en el libro como un objeto que puede ser bello. Resulta fascinante ver los recuentos de las mejores portadas cada año: todas tienen en común creatividad e imaginación; algunas son inventivas, otras sorprendentes, todas bellas. Un pequeño placer por sí mismas.
Y todas dicen: Esto fue hecho por un artista talentoso que se dedica a diseñar portadas. No por un becario. No por un achichincle. No por un improvisado.
Giremos el libro y miremos ahora la contraportada. Las sinopsis son un desastre. En mi recuerdo, un buen ejemplo de su pecado más común ––a partir del cual nunca más leí contraportadas–– fue la sinopsis de la edición en español de Ámsterdam, la novela con la que Ian McEwan ganó el Booker en 1998. Seguramente McEwan pasó meses ideando la trama para que desvelara sus secretos poco a poco, para enganchar al lector y después descolocarlo. Pero un párrafo le bastó a la editorial para informar el nombre de la mujer que moría, los personajes que coincidían en su entierro, nombres, profesiones y adjetivos incluidos, su relación con ella, su relación entre ellos, y una elemento clave en la trama –– que en la novela se revela después de la mitad del relato y que debería tomar al lector desprevenido.
Imposible no preguntarse qué le parece a los escritores que sus propias editoriales les den una cuchillada por la espalda.
La tercera práctica nefasta que voy a mencionar sólo la he encontrado en México.
Dicen que a los jugadores de billar les basta con mirar la manera en la que una persona coge el taco para saber si es bueno o no. Con los libros sucede algo semejante. A cualquier lector le basta leer unas páginas para saber si el tema del libro le interesa; y a un lector con experiencia le bastan las primeras dos o tres páginas no para saber si un libro es bueno, pero sí para saber si es malo: para darse cuenta de si el autor sabe lo que está haciendo con las palabras, si no abusa de los adjetivos, si sabe describir, si construye bien las escenas, si el tono del relato es relevante.
Pero en México, ¿lo ha notado?, los libros nuevos están forrados en plástico. Como si los editoriales desearan que el lector los compre a ciegas –– y a pesar de sus portadas.
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  • El segundo, lo compartimos en la siguiente  liga, denominado: “‘Lolita’ no chupará piruletas: ahora su gesto es de dolor” - Vladimir Nabokov viste nuevo traje en las portadas de Anagrama, ¿por qué?

LR – 05/19