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martes, 28 de julio de 2020

La Conversación y La Lectura


Luis de La Rosa Oteiza[i]
Texto obtenido del libro:
Escritos Descriptivos, pag. 70.
Edit. Cosmos, México 1979.[ii]

Compartimos la siguiente reflexión de este político y periodista mexicano del Siglo XIX.
Respetamos el texto tal cual aparece en el libro citado. Los subrayados son nuestros.

*       *       *


Hay momentos en que no se presentan a nuestro espíritu sino ideas tristes y dolorosos pensamientos, ó en los que se agota en nuestra alma la fuente del pensamiento y se estingue en ella toda inspiración, haciéndose entonces insoportable la aridez y tristeza de la vida. ¿Qué consuelo hallaremos en tan penosa situación, sino el de consultar a los hombres que tuvieron el don de concebir grandes pensamientos y el privilegio, mas admirable todavía, de espresarlos con dignidad y con belleza? Supuesto que nuestra alma, desgarrada por el dolor, ha llegado a ser para nosotros como un instrumento mudo ó en el que ya no se percibe melodía, supuesto que nuestro espíritu no es ya sino un abismo sobre el que ningún astro arroja su esplendor, es preciso salir de nosotros mismos, y buscar en la conversación ó en la lectura un manantial de nuevos pensamientos.

Muchas veces tomamos un libro en nuestras manos con indiferencia y con desprecio; pero una idea feliz, un pensamiento sublime, una imagen risueña ó llena de belleza que encontramos en su lectura, excita en nuestra alma ideas y reflexiones que estaban solo adormecidas, y descubrimos en nuestro espíritu una vena de concepciones que juzgábamos agotada para siempre. La lectura, entonces, nos agrada, y cuando la habíamos comenzado con tedio y con pereza, no podemos dejarla ya sin sentimiento.
 
No conocéis todo el placer de la lectura vosotros los que gozáis a cada instante las delicias de una sociedad culta y benévola. Es necesario haber habitado en la soledad, entregado uno a sus pensamientos; no hallar allí quien simpatice con sus opiniones; no encontrar siquiera analogía entre las ideas que a uno lo dominan y las que ocupan a otros; y lo que es peor todavía, no hallar ideas entre aquellos con quienes ha querido asociarnos la Providencia; es preciso haber soportado una situación tan triste y tan violenta, para conocer todo el valor de un libro, cuya lectura nos liberte del penoso fastidio de la vida. En tales circunstancias, gustamos principalmente de las lecturas que distraen el espíritu sin fatigarlo, y nos complace sobre todo hallar en ellas algunas ideas nuevas, algunos pensamientos que nunca habíamos concebido, algunas frases inesperadas, algún giro que jamas habíamos dado a nuestra reflexión, y, en fin, alguna originalidad cualquiera que sea; porque disfrutamos al percibir un pensamiento original el mismo deleite con que examinamos las curiosidades que la naturaleza suele presentarnos entre sus raras producciones.

Mas, por útil y entretenida que sea la lectura, al fin llega a cansarnos si no podemos comunicar a otros nuestras reflexiones; porque el hombre, siendo un ser eminentemente social, es por lo mismo esencialmente comunicativo, y la fecundidad de su espíritu lo excita sin cesar a revelar sus pensamientos, como la fertilidad de la tierra hace brotar sobre ella las plantas que en su seno han germinado.

No solamente es agradable la conversación de las personas de talento; cuando uno sabe acomodar su locución, y nivelar sus pensamientos a la capacidad de las personas sencillas, principalmente en el campo, encuentra deleite e instrucción al mismo tiempo en conversar con esas gentes ingenuas y veraces (de las que quedan algunas todavía) cuyo corazón, cuyas intenciones se revelan en todas sus palabras, y que han observado muchas veces en la naturaleza lo que se escapó a los sabios de gabinete, lo que no hallamos en los libros de los mas afamados escritores.

No hay mas que un medio para sacar de la lectura y de la conversación toda la utilidad que pueden procurarnos: tranquilizar el corazón y estudiar con calma la sociedad y la naturaleza. Entonces la lectura excitará en nuestra alma ideas muy elevadas, y la observación nos sugerirá en nuestras conversaciones, pensamientos felices y espresiones adecuadas para grangearnos la atención y la benevolencia de los que nos escuchen. Pero si el corazón está turbado por las pasiones, si hay en nuestra alma un delirio vago, ardiente y doloroso que absorve nuestros pensamientos, y nos aleja de la sociedad como de un martirio insoportable, huyamos entonces de las conversaciones turbulentas, y de aquellas también en las que no podemos tomar parte sin un esfuerzo mental de que nuestra alma está incapaz. Abandonemos también toda lectura, porque recorreremos con la vista muchas páginas de un libro sin que se haya trasmitido a nuestra alma una sola de las reflexiones que en ellas se contienen. Recurriremos pues entonces a la conversación de las personas sencillas e inocentes, y al trato de los ancianos venerables por su virtud, que sufrieron como nosotros la tormenta horrible de las pasiones; que, aleccionados en la escuela del infortunio saben lo que es dolor, y conocen las armas mas poderosas con que podemos combatirlo.

La conversación ejerce una influencia muy benéfica en la moralidad del hombre; nos habituamos, por medio de ella a tratar a todos con benevolencia, con urbanidad y con decoro; reprimimos los ímpetus ciegos de las pasiones, dulcificamos el lenguaje para evitar cuanto pudiera haber de ofensivo en nuestras palabras; cedemos, aunque no sea mas que por cortesía, en la tenacidad con que ordinariamente sostenemos nuestro dictamen; aprendemos a respetar en cada uno el derecho que tiene de defender sus opiniones; deponemos, en fin, en el seno de la sociedad la fiereza, rusticidad y egoísmo que caracterizan al hombre de las selvas. 

Al escribir estas reflexiones en la soledad, se ha renovado con ternura en mi corazón la memoria de tantos amigos distinguidos por su talento y por su ingenio, en cuya sociedad he disfrutado muchas veces conversaciones llenas de instrucción, de interés y de deleite. Algunos de ellos, arrebatados por una muerte prematura, descansan ya bajo el polvo de la tierra; pero viven aun consignados en sus escritos sus nobles pensamientos.' Los demás han sido dispersados por la suerte, como los fragmentos de un naufragio que vagan de aquí para allí sobre las ondas. Así separa la Providencia, por muy sabios designios, a los que unidos por la conformidad de sus ideas, por la uniformidad de sus sentimientos, gozarían en el seno de una amistosa sociedad las mas dulces delicias.




[i] Nacido el 23 de mayo de 1805 en el Real y Minas de San Matías, Sierra de Pinos de la intendencia de Zacatecas. En el transcurso de su carrera, se desempeñó como ministro de Estado en varios roles, como senador local en Zacatecas, como senador del Congreso Constituyente General en 1856 (el año en que murió), candidato a la presidencia y colaborador frecuente del periódico liberal El Siglo XIX. De La Rosa era del ala federalista y anti Santa Anna, fue uno de los principales firmantes del Tratado de Guadalupe Hidalgo (02/feb/1848) al final de la Guerra de México-USA, donde México cedió más de la mitad del territorio, que comprende la totalidad de lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma. Además, México renunciaría a todo reclamo sobre Texas y la frontera internacional se establecería en el río Bravo. ​ Como compensación, los Estados Unidos pagarían 15 millones de dólares por daños al territorio mexicano durante la guerra.
[ii] El texto original es un pequeño volumen de poemas en prosa del año 1848 llamado: Miscelánea de Escritos Descriptivos. Imprenta de Lara, México. Los textos de este volumen aparecieron previamente entre los años 1845 y 1846 en la Revista Científica y Literaria de México, publicación de los antiguos redactores del Museo Mexicano (1843-1845), en este también se publicaron artículos del autor, que nos parecen de mayor interés como: El Cultivo del Maíz, Aptitud de los Indios para las Artes, Conchología ó Historia Natural de las Conchas, La Flor de las Manitas, Una Visita al Hospital de San Hipólito, etc.
Además, escribió: Utilidad de la literatura en México para El Ateneo Mexicano (1844-1846) e Impresiones de un viaje de México a Washington en octubre y noviembre de 1848 (1848), de este, Ignacio Altamirano en una breve reseña de este libro menciona: "Don Luis de la Rosa, que tenía cualidades para cultivar el estilo descriptivo, no las desplegó en su pálida y breve narración de viaje a los Estados Unidos". Emmanuel Carballo, reeditó el libro en el año 2002 y en la introducción indica que Altamirano lo menospreció porque nunca pudo perdonar a De la Rosa por "haber sido el cerebro del convenio de paz de Guadalupe Hidalgo firmado con los invasores norteamericanos", y evalúa Carballo que, este esbelto volumen tiene mucho más que ofrecer en cuanto a estilo literario e interés histórico de lo que sugiere la declaración de condena de Altamirano.
El 29 de agosto de 1856, Luis de la Rosa renunció al Ministerio aduciendo que padecía una "enfermedad grave". En ese año ocupó la gubernatura de Puebla y posteriormente nombrado Director del Colegio de Minería. A los pocos días de haber sido nombrado Presidente de la Suprema Corte de Justicia fallece en la ciudad de México el 2 de septiembre de 1856.

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