Hace algún tiempo, una persona
nos dijo que vendíamos puros libros feos. Omitiremos el nombre de nuestrx
queridx amigx para no quemarlx.
Si, lo aceptamos, estéticamente la
mayoría de nuestro catálogo no son ejemplares bonitos, porque como lo hemos
dicho antes y lo seguiremos diciendo, recuperamos los libros, los reciclamos
para volver a ofrecerlos en nuestros espacios y si tenemos suerte, alguna
persona que busca el título o le interesa un tema, se lo llevará.
Muy pocas veces caen en nuestras manos libros usados de editoriales de moda, Atalanta, Valdemar, Acantilado o editoriales especializadas en alguna temática de las ciencias sociales o naturales, Trotta, Herder, Paidós, etc. por mencionar algunas.
Citamos a continuación solo tres ejemplos de títulos que tenemos a la mano ahora mismo:
1.- “Alguien voló
sobre el nido del cuco” en la edición de RBA de principios de los 90s, tapa
dura, con las letras del título y autor gastadas pero se ve mucho más bonita la
edición reciente de Anagrama con imagen de la película -odiada por Ken Kesey-
en la portada, por tema de marketing
y con un costo en librerías de entre $190 y $250 pesos. Pero nuestro ejemplar
por ser una edición que ya ha pasado seguramente por varias manos, lo tenemos
en un costo de hasta el 40% menos que el nuevo y a esto además le restamos el regateo
que nos hace la gente.
El contenido
es el mismo, la diferencia es obvia. ¿Si está más feo nuestro libro?
2.- “El maravilloso
viaje de Nils Holgersson”, nuestro ejemplar de la editorial Diana del año 1970, si estéticamente,
más fea que las posteriores, pero no por ello se demerita, el contenido es el
mismo. Por ejemplo la edición de Akal a través de Amazon cuesta $400 pesos pero
en librerías en $300, nosotros obviamente lo tenemos más barato. A propósito, en
los años 80s hubo un anime basado en dicha obra llamado “Nils no Fushigi na
Tabi”.
3.-“Estudios
de historia y filosofía en el México colonial”, evidentemente es más feíta
nuestra 1ª. Edición de la UNAM de 1991 y que pocos años después publico HERDER
a un costo más elevado, pero la edición recién y actualizada del 2008 en dicha
editorial y con una modificación al título original, cuesta $645 pesos. Nuestra
pregunta es: ¿es descabellado que nuestro precio este al 40% o 50% por debajo
del precio de la edición de HERDER? ¿Por ser un libro más feo, tendríamos que ofrecerlo
a un módico precio?
Al hablar de libros feos, la
referencia debería ser por el contenido de baja calidad o quizá por temas políticos,
religiosos o de superación personal, pero aun así el gusto se rompe en géneros,
pero hay más factores para clasificar los libros feos, uno de ellos es porque
ya nadie los conoce o sabe de su existencia o no les interesa porque están de
moda otros y por lo tanto no son rentables para los vendedores de libros
usados, que terminan echándolos a las baratas masivas, otra característica de
libro feo podría ser, por la mala traducción o por no cuidar la edición y tiene
muchas errores ortográficos, o porque están maltratados y rayados, o por la
mala calidad del papel y la impresión misma, etc. Pero en esta sociedad visual,
lo que se ve bien y bonito es lo que hay que comprar, poco importa el contenido.
En esta era digital, el marketing visual entra en acción para seducir al
siguiente lector por medio de una bonita portada y un buen diseño, justificado
porque el autor se dedica varios años escribiendo su obra para luego decidir una
sola imagen que la represente en su totalidad. Así que actualmente la gente en
su mayoría compra libros por obligación escolar y en muy poca medida por gusto
literario, pero muchas más los adquieren porque les gusta estéticamente.
Sobre el marketing visual y temas politizados, aprovechamos para compartir dos artículos.
- El primero, “Libros Feos”, de Luis Alfredo Pérez, publicado originalmente en línea en eje central, 1 de abril 2015. Lo compartimos entero, porque desafortunadamente ya no se encuentra online:
En una época donde las
editoriales ven tantas amenazas fuera ––series de televisión, redes sociales,
YouTube, capacidad de atención de cinco minutos–– sorprende que no se den
cuenta de que con mucha frecuencia la manera en la que presentan su “producto”
parece diseñada para espantar a los lectores.
Hablemos de costumbres
nefastas en la industria editorial española y latinoamericana.
La primera tiene qué ver con
las portadas. La mayoría de los libros en español no sólo tienen portadas
malas, sino terribles. Como si Instagram, Tumblr y Pinterest no hubieran
confirmado que a la gente la seducen las imágenes interesantes y las
ilustraciones creativas, hay editoriales que se sienten satisfechas usando sólo
letras o fotografías genéricas. Otras todavía “engalanan” sus portadas con
dibujos a lápiz, estilo años setenta y con calidad del tipo estudiante de
ingeniería. Otras han quedado ancladas en un pasado con errores trágicos:
decidieron que todas sus portadas tendrían el mismo formato y se mantienen
tercas, aunque suponga desperdiciar sin más buena parte del espacio disponible.
Es curioso. Nuestro mundo está
inundado de conversaciones sobre belleza, arquitectura y diseño; valoramos los
museos, celebramos las líneas de nuestro smartphone, festejamos los
edificios innovadores. Sin embargo, con la notoria excepción de tres o cuatro,
las editoriales latinoamericanas y españolas despachan con portadas feas y sin
chiste textos que anuncian llenos de creatividad y placer estético e
intelectual.
Hay varias razones por las
cuales la industria editorial anglosajona es la más potente del mundo. Una de
ellas tiene que ver con que las editoriales ven la publicación de libros no
sólo como un acto de cultura sino como un negocio –– sin que nadie se rasgue
las vestiduras. Otra es que se piensa en el libro como un objeto que puede ser
bello. Resulta fascinante ver los recuentos de las mejores portadas cada año:
todas tienen en común creatividad e imaginación; algunas son inventivas, otras
sorprendentes, todas bellas. Un pequeño placer por sí mismas.
Y todas dicen: Esto fue
hecho por un artista talentoso que se dedica a diseñar portadas. No por un
becario. No por un achichincle. No por un improvisado.
Giremos el libro y miremos
ahora la contraportada. Las sinopsis son un desastre. En mi recuerdo, un buen
ejemplo de su pecado más común ––a partir del cual nunca más leí
contraportadas–– fue la sinopsis de la edición en español de Ámsterdam,
la novela con la que Ian McEwan ganó el Booker en 1998. Seguramente McEwan pasó
meses ideando la trama para que desvelara sus secretos poco a poco, para
enganchar al lector y después descolocarlo. Pero un párrafo le bastó a la
editorial para informar el nombre de la mujer que moría, los personajes que
coincidían en su entierro, nombres, profesiones y adjetivos incluidos, su
relación con ella, su relación entre ellos, y una elemento clave en la trama ––
que en la novela se revela después de la mitad del relato y que debería tomar
al lector desprevenido.
Imposible no preguntarse qué
le parece a los escritores que sus propias editoriales les den una cuchillada
por la espalda.
La tercera práctica nefasta
que voy a mencionar sólo la he encontrado en México.
Dicen que a los jugadores de
billar les basta con mirar la manera en la que una persona coge el taco para
saber si es bueno o no. Con los libros sucede algo semejante. A cualquier
lector le basta leer unas páginas para saber si el tema del libro le interesa;
y a un lector con experiencia le bastan las primeras dos o tres páginas no para
saber si un libro es bueno, pero sí para saber si es malo: para darse cuenta de
si el autor sabe lo que está haciendo con las palabras, si no abusa de los
adjetivos, si sabe describir, si construye bien las escenas, si el tono del
relato es relevante.
Pero en México, ¿lo ha
notado?, los libros nuevos están forrados en plástico. Como si los editoriales
desearan que el lector los compre a ciegas –– y a pesar de sus portadas.
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- El segundo, lo compartimos en la siguiente liga, denominado: “‘Lolita’ no chupará piruletas: ahora su gesto es de dolor” - Vladimir Nabokov viste nuevo traje en las portadas de Anagrama, ¿por qué?
LR – 05/19
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