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lunes, 22 de febrero de 2021

Las gentes que leen.


  

Compartimos esta crítica (de mal gusto para nuestra opinión) que hace Francisco G. Cosmes bajo el seudónimo de senectus, de fecha 15 de diciembre de 1878, aunque parece que no cumplió su amenaza de no volver a escribir, quizá solo bajo este seudónimo, pues siguió firmando con su nombre sus artículos. A nuestro parecer, exagera su crítica o no percibía que aún en ese momento había muchos cambios políticos, pero de que había prensa y lectores, los había. Nos permitimos añadir algunas notas al final.

Las gentes que leen.

Son las once de la mañana, y esta es la hora en que no encuentro asunto para el artículo que tengo el deber de publicar mañana en La Libertad.

¿De qué hablaré? De política, de artes, de costumbres? ¡Ah! ¡Ya encontré asunto! Escribiré el título y manos a la obra.

Pero…. Bien pensado el caso, ¿De qué me servirá escribir? ¿Habrá quien me lea, por ventura? ¿No gastaré en balde tinta, tiempo y papel? El asunto vale la pena de ser meditado.

Vamos por partes: ¿Quién me leerá? ¿Hay acaso lectores en México?

La verdad es que apenas puede darse un pueblo menos dado a la lectura que el pueblo mexicano.

Inútil es absolutamente que nuestros legisladores y gobernantes se tomen la pena de fundar escuelas[i] en que se enseñe a leer al pueblo. ¿De qué sirve a los mexicanos aprender, si por su carácter naturalmente poco afecto a ilustrarse, nunca harán uso, como no lo han hecho hasta ahora, de la preciosa llave para abrirse las puertas de la ciencia que la lectura pone en sus manos? Hoy, en nuestro país, es imposible que se imprima libro alguno,[ii] y más imposible, aunque publicación de cualquiera clase que sea, indemnice al editor de los gastos que hace. Libros, periódicos, folletos, todo queda arrinconado, esperando, como los judíos al mesías, al lector, que nunca llega a presentarse. La inmensa mayoría de los mexicanos no sabe leer,[iii] y de la minoría que queda, el mayor número es todavía el de aquellos que profesan por la lectura un olímpico desprecio.

Y en cuanto a aquellos que se dedican a descifrar los caracteres de imprenta, he aquí su fiel y exacto retrato, para que se me diga, en conciencia, si se puede esperar algo de un país en que la gente que aspira a la ilustración se da tan pobres trazas y para leer.

Las gentes que en México leen se dividen en varias clases, porque hay diferentes maneras de leer. Voy a exponerlas a vuela de pluma, haciendo excepción, entiéndase bien, de los muy pocos para quienes la lectura tiene la importancia que merece.

Si alguna vez ha pasado Ud. Por las cadenas de la catedral[iv] a las diez y media u once de la mañana, habrá observado a varios individuos que, parados frente al puesto de un vendedor de libros viejos, se ocupan en pasar revista a todos ellos, en hojearlos y en permanecer una hora, por lo menos, en aquella ingrata ocupación, bajo los rayos de un sol canicular. Si se ha hecho Ud., la ilusión de que son lectores incansables, que acuden a las cadenas en busca de ese puesto cuotidiano del espíritu que se llama libro, esta Ud. En un profundo error. No son más que ociosos que se dan aires de sabios, esperando el paso de una mujer que va a oír misa a la catedral. Semejantes lectores no sacaran grande provecho de su lectura ciertamente.

Vienen en seguimiento de estos, aquellos que pasan revista todos los días invariablemente, a todos los pedazos de papel en que las cocineras llevan envuelto el arroz o los garbanzos. Lectores eclécticos que, precisamente por la variedad infinita de los asuntos que leen, no me merecen la mayor confianza en cuanto a su instrucción. Estos leen generalmente fragmentos de mis artículos, destinados fatalmente a que los tenderos realicen con ellos los planes de campaña del general de La Gran Duquesa: cortar y envolver.

Los lectores de anuncios siguen a los anteriores. Saben perfectamente en donde se venden las camisas más baratas, cual es el mejor emplasto para los callos, y cuanto se dará de gratificación a la persona que entregue un perro o un niño extraviado; pero se permiten ignorar hasta la forma de gobierno que los rige.

Las mujeres que leen el último capítulo de una novela, para conocer lo más interesante, que es el desenlace, ocupan el cuarto lugar. No serán ellas quienes puedan aspirar a un título de profesoras de instrucción primaria, ni a la rehabilitación social de la mujer por medio de la inteligencia.

La quinta categoría está formada por los lectores de café y de peluquería.

¿Ve Ud. Aquel pollo de avanzada edad y aire conquistador que, sentado detrás de una vidriera de la Concordia,[v] parece absorto en la lectura del Mensajero?  Cualquiera creería que la marcha de Benítez, la cuestión con los Estados Unidos o la deuda inglesa se han apoderado por completo de su atención, ¿verdad? Pues quien lo crea se engaña como un hereje. El periódico le sirve de trinchera, de biombo, de pantalla, para lanzar lascivas miradas a las pantorrillas de las señoras que bajan de su coche para entrar a oír misa a la Profesa.[vi]

En la peluquería, entre los que aguardan su turno para que les corten el pelo o hacerse afeitar, es infinito el número de los lectores. Uno hay que desde hace una hora tiene la vista fija en la primera columna del Combate. ¿Meditará sobre la inconveniencia del benitismo,[vii] sobre los furibundos ataques que a ese partido dirige el mencionado diario, o sobre los lamentos de los partidarios políticos que pusieron la mesa para que sus adversarios se sentasen a ella? No: se ocupa en un proyecto que le hará ganar tres golpes seguidos a la roleta. Su vecino inmediato lleva dos horas de tener en la mano La Ilustración Católica. ¡Que despacio lee ese señor! Pues no, no lee, duerme, y le concedo la razón. Mas allá, tres caballeros recostados en fantásticas posturas sobre un sofá. Tienen en su poder, el primero El Siglo XIX, el segundo, La Patria, el tercero La Libertad. ¿Leen o van a leer? ¡Error! Hablan de teatros, de aventuras escandalosas, de caballos. Los diarios no caen de sus manos. ¿Llegaran a leerlos? Nunca, hacen uso de ellos para accionar.

¡Y pensar que después de presenciar escenas semejantes hay escritores que no cambian aun la pluma para ensuciar papel por el arado para sembrar maíz! No son mártires únicamente los canonizados por la iglesia Romana, ni salvajes solamente los hotentotes,[viii] pueblo en el que la libertad de la prensa no existe por una razón bien sencilla: porque no hay prensa. Los hotentotes tienen sobre nosotros una ventaja inmensa: ser lógicos. ¿A que tener escritores o impresores, si no saben ni quieren leer?

No, decididamente, no escribo ahora.

-Regente, vea Ud. con que llena el periódico, porque de mi pluma no puede esperar ni una línea.

Senectus.

 

Notas


[i] el 2 de diciembre de 1867 el gobierno juarista expidió la Ley de Instrucción Pública, que estableció en el Distrito y Territorios la educación primaria gratuita para pobres y obligatoria para todos los niños mayores de cinco años; suprimió la enseñanza de la religión e incluyó el estudio de rudimentos de historia y geografía. Esa ley creó también la Escuela Nacional Preparatoria. Para mas info sobre las escuelas en México en el siglo XIX, ver: ¿Cómo era la educación pública en el México independiente? - https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/como-era-la-educacion-publica-en-el-mexico-independiente / La educación pública superior en México durante el siglo XIX - http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/articulos/sec_28.htm / La educación pública en México en el siglo xix. La Ley de Instrucción Pública durante el Segundo Imperio - https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/10/4551/8.pdf

[ii] Me parece que el autor del artículo exagera, pues para esta época, aunque eran pocos los impresores-libreros, si había impresión de libros. Aunque hoy día hay varias investigaciones, tesis, libros, artículos, etc. Sobre las imprentas y las publicaciones en el siglo XIX, me permito citar algunos fragmentos del Análisis de las portadas impresas en México de 1820 hasta 1845: una visión del sector editorial a través de los libros y sus portadas De Arellano Vázquez, Lucila: “Los impresores mexicanos más destacados del siglo XIX fueron el impresor Ignacio Cumplido (1811-1887), Vicente García Torres (1811-1893), Mariano Galván Rivera (1826-1841) y José Mariano Fernández de Lara (1839-1892). Muchos de ellos eran impresores-libreros que vendían sus propias publicaciones. Los cuales, impresionados por las hermosas cubiertas que llegaban del exterior, pronto ordenaron instrumentos y herramientas en cantidades grandes de Francia e Inglaterra con el propósito de hacer imitaciones, como explica Manuel Romero Terreros.” “El cambio histórico que supuso la separación empresarial entre libreros e impresores se dio en México en la primera mitad del siglo XIX, cuando la demanda de libros aumentó las inversiones eran muy fuertes.” “En relación al coste del libro, cabe señalar que éste no era asequible para todas las clases sociales. Además, los intereses políticos y económicos de unos pocos privilegiados decidieron su producción”. El documento completo se puede consultar online en: https://www.tdx.cat/handle/10803/1382#page=1

[iii] En México, palabras como “analfabetismo” o “analfabetas” comenzaron a circular en la prensa en las últimas décadas del siglo XIX; no serían conceptos importantes para la discusión política hasta la década de 1910. A finales del siglo XIX, los analfabetos representaban 80 por ciento de la población total.

[iv] Información del origen sobre estas cadenas, se puede ver online: Un espacio entre la religión y la diversión: el Paseo de las Cadenas (1840-1860) de Regina Hernández Franyuti. http://www.analesiie.unam.mx/index.php/analesiie/article/view/2230/2730

[v] Una de las cafeterías más importantes del siglo XIX fue el Gran Café Restaurant de la Concordia ubicado en las entonces calles de Plateros y San José el Real, ahora Madero e Isabel la Católica. Frecuentada por la élite intelectual y de la clase alta. Parece que su apertura data de los años 60´s de dicho siglo.

[vi] La Profesa, es un antiguo Templo ubicado en av. Madero, esquina con Isabel la Católica. En esta, se realizaron las reuniones de noviembre de 1820, encabezadas por el canónigo Monteagudo y el ministro de la Inquisición Tirado, en donde se preparó el plan de Iguala, que dio a Agustín de Iturbide el mando supremo de la revolución y después la corona.

Cuando estalló la Guerra Cristera, fungió como catedral provisional, pues la Catedral Metropolitana había cerrado sus puertas. El templo fue diseñado por Pedro de Arrieta, entre 1714 y 1720.

[vii] Se refiere a Justo Benítez (Oaxaca 1833 - Ciudad de México 1900) fue un político, Secretario de Hacienda de México durante el gobierno de Porfirio Díaz, entre 1876 y 1877. Aunque fue amigo de P. Díaz desde que ambos estudiaban en el seminario de la ciudad de Oaxaca, durante la contienda como candidato a la presidencia de la república en 1880, fue “derrotado” por Manuel González Flores, compadre de Porfirio Díaz.

[viii]     Etnia que habitó cerca del cabo de Buena Esperanza, en el suroeste de África.

 

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